
¡Hola multicubana!
Hasta la mujer que menos le guste arreglarse las uñas, ha ido a la ‘manicuri’ alguna vez. Muchas de mis amigas tienen habilidad para arreglarse las uñas ellas mismas, pero ese no es mi caso. Desde que se usaban las pinturas naturales, aquellas que se caían en menos de una semana o con acetona, yo formaba tremendo ‘pegoste’ y chapapote cada que intentaba arreglármelas a mí o a alguien más.
Por eso, debo admitir que es un trabajo que respeto muchísimo debido a mi poco arte para lograr que al menos tres uñas me queden bien. Cuando veo diseños de flores o dibujitos súper definidos no entiendo cómo en el pequeño espacio que tienen para pintar logran tanta estética.
Recuerdo que mientras aún estaba en la universidad comenzó la furia de las uñas acrílicas. Llegaron de imprevisto a sustituir a las postizas tradicionales, de forma que hoy no creo que haya una sola ‘manicuri’ en Cuba que aún se dedique a ponerlas. Ahora todo es a base de gel y polvo. Mi mamá se las puso una vez y más nunca se las ha quitado, y eso que ahora se usan más las que ya son propiamente de gel con sus lucecitas ultravioletas.
Las que cumplimos 15 hace unos cuantos años (tantos como 20), recordamos que arreglarse las uñas era parte imprescindible del proceso. Nosotras, ingenuas, cuidábamos nuestras uñas naturales como si fueran la niña de nuestros ojos, pero, invariablemente, por lo menos una se partía días antes del gran evento. Teníamos que recurrir entonces a la ‘manicuri’ más cercana y ponernos una de repuesto.
En mi triste caso, el resultado de aquellas uñas fue que la del dedo meñique de la mano derecha se puso verde. Cuando digo verde, es verde. Después, como si fuera poco, se arrugó… Me tomó meses que recuperara su color y textura originales. Después de ese trauma, comprenderán por qué nunca he hecho más nada que cortarme las cutículas y aplicar pintura.
Pero para gustos los colores y si bien a mí siempre me han gustado los colores mate, sencillitos y si acaso un filito, las hay que se las llenan de flores (¡a relieve!), hojitas y hasta perlas. Recuerdo incluso que hace años se puso de moda (fue bastante breve, la verdad) la pintura que se cuarteaba. Explico: se aplicaba una capa de pintura de algún color base en la uña, y sobre esa una capa de la pintura que se cuarteaba, así que daba la impresión de que en vez de una uña fuera el delta de un río en el que confluían muchos otros riachos.
Ahora, como la moda más reciente, no había llegado nada: ¿a quién se le ocurrió sustituir las uñas por garras? Comprendo que las estrellas del pop, rap o hip-hop establezcan un estilo propio que les permita destacar entre la competencia, pero de ahí a que la mujer de pueblo se ponga uñas acrílicas extrafinas en los extremos…no sé, me parece bastante raro, o más bien incómodo.
Y hablando de pintura: ¿recuerdan aquellos primeros pomitos de pintura que vendían en las tiendas recaudadoras de divisas en Cuba? Pasión era la marca. Muchos años después de que desaparecieran, volvieron a aparecer esporádicamente, pero el envase había cambiado, así como la calidad. Nada tenían que ver con aquellos rojos encarnados, los brillos de pinticas y los rosados perlados.


Cuando era niña, el arreglo de las manos costaba apenas tres pesos. Claro que no me arreglaba las uñas a los tres años, porque “las niñas no se pintan las uñas”. Menos mal que unos añitos después sí me permitieron darme los primeros rosaditos. Por supuesto, el espectro de colores estaba limitado y supervisado. Tenía prohibido todo lo que fuera estridente o extra-llamativo.
Ahora que escribo al respecto, no creo recordar las pinturas mate tan temprano en mi vida. Todo tenía que ser perlado, y los brillos debían tener punticos plateados o dorados porque “así se ven más lindas”. ¡Cuánta represión, mamá!
Las más atrevidas se pintaban con colores chillones, bien indiscretos y, a partir de cierto momento, fosforescentes. De pronto estaba en el boom el amarillo, anaranjado, azul y verde. En el peor de los casos, se usaba el arcoíris: una uña pintada de cada color. No sé a quién se le habrá ocurrido la idea original, pero de verdad nunca me gustó. Lo que sí me gustaba era ponerme calcomanías en ellas: a veces un lacito, otras un corazoncito. Creía que se verían más ‘chic’.
Cuando llegó la época del 2000, la cosa había cambiado, y cuando digo cambiar, lo digo en serio. De aquella forma redondeada que había reinado en los 90 no quedaba nada. Las uñas se llevaban cuadradas y con el filo grueso. Las alternativas eran hacerlo con blanco perlado o con blanco mate. ¡Ah, sí, se me olvidaba decir que eran los años de gloria de la pintura mate! Poco después supe que se llamaban “uñas francesas”.
Si algo estuvo prácticamente vetado era pintarse de rojo. Ese era el color de las “mujeres de la vida”, como mi abuela repetía siempre. En todos los años que la acompañé a arreglarse las uñas, nunca la vi pintarse de ese color. Agradezco inmensamente haber nacido en una época diferente, en la que puedo pintarme las uñas del color que se me ocurra sin que a nadie se le ocurra juzgarme por ello. El rojo es mi preferido.
Ahora existen muchos salones profesionales en Cuba, pero también quedan esas como ‘manicuris’ de pueblo que arreglan a las vecinas de la cuadra y a algunas amigas más. Hoy un arreglo puede ser tan simple como un color entero o parecer una verdadera obra de arte…un atardecer, el fondo del mar, una película, una palabra, ¿quién dice que hay límites?
Y hablando de límites, hasta aquí el viaje en el tiempo de hoy… me despido, no sin antes invitarte a que me cuentes en los comentarios qué tendencia crees que le faltó a mi lista. Quedo al pendiente.
2 Comentarios al Artículo:
Hacerse las uñas en Cuba
De las uñas postizas de placas a la base ruber q evolución jj
El tiempo con la manicurista es el mejor para actualizar temas femeninos
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