
¡Hola, Multicubano!
Cuando La Habana fue elegida Ciudad Maravilla, muchos nos quedamos boquiabiertos. No es que digamos que no es una ciudad bella, porque honestamente sí tiene bellezas dignas de admirar. Pero más que esas bellezas, los que partimos recordamos sus zonas oscuras, los barrios marginales, los conflictos y problemas que la habitan.
Y me digo entonces que no sé de qué vale quejarse, si el cubano siempre se ha caracterizado por encontrar cómo usar una manguera para coger ponches, hacer un ventilador con un motor de lavadora y matar piojos con garrapaticida. Lo importante es resolver.
¿De qué se queja entonces el habanero? Vamos a repasar las tres quejas más frecuentes:
1- Que hay barrios donde no hay agua: Pues sí. Hay zonas en las que el abasto es mínimo, y otras en las que en tiempos de pocas precipitaciones les cambian el ciclo de abasto y pasan de 1×1 (un día con agua por uno sin agua) a 1×4. Y pasarse cuatro días sin agua corriente es complicado…
¿Qué hace el habanero entonces? Almacenar. Señores, yo he visto casas en las que guardan agua hasta en pozuelos… y si llegara a faltar absolutamente, se pega la gorra en casa de la tía y se baña todo el mundo en la casa del vecino que tiene cisterna. Próximo.
2- Que no hay suficientes círculos infantiles: con dos millones de habitantes, es lógico que haya miles de infantes más cada año. Y para hacerles frente surgen los “cuidos” o círculos infantiles particulares. El precio depende de la zona de residencia y el confort del área destinada a los nenes.
Hacen lo mismo que un círculo estatal, aprenden muchísimo, tienen sus rutinas, solo se pierden las epidemias de piojos y los catarros grupales, porque las seños sí están muy al tanto de la salud y en cuanto detectan a un contagioso lo mandan a cuarentena.

3- Que el transporte no alcanza: a ver, en toda Cuba el transporte no alcanza, pero al menos en La Habana hay un medio de transporte que nunca falla: la botella. Usted se para en un semáforo y le va a arriba a cuanto chofer se detenga, ¡alguno tiene que darte el aventón! Señores, yo vi a gente llegar del Capri a la universidad botelleando en menos tiempo del que me tomaba a mí llegar del Bahía en la 58…
Y eso de que la botella es más fácil para las mujeres es un mito, pues más de una vez un compañero de estudios me dejó atrás en un semáforo, mientras se iba muy feliz en un Lada hablando con el chofer.
Además, lo malo del transporte siempre es una justificación perfecta para decirle al jefe: “Ni me diga nada, que hoy no había Dios que saliera del Mikito, no paró ni guagua ni P”
Hay otras muchas quejas relacionadas a las colas, porque no se dan cuenta de que son privilegiados al tener más productos que comprar; al aumento de los precios, de lo que no voy a hablar porque ni mi madre ha querido ponerme al tanto de cómo están en verdad los precios en Cuba; y tienen cientos de otras quejas que, aunque justificadas, no son exclusivas de La Habana.
Y podrías preguntarte, si la cosa está tan mala en La Habana, ¿por qué la migración no se detiene? ¿será verdad ese viejo dicho de que Cuba es La Habana y lo demás son áreas verdes? Lo cierto es que, aún con todas las quejas posibles, La Habana sigue siendo una meta a la que muchos aspiran. Tiene otra vida, otra luz, otro encanto.
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