
¡Hola Multicuban@!
«Recuerdo una tarde en que mi abuelo me llevó al malecón. Yo tenía unos ocho años y aunque no era un paseo planeado, lo sentí como una aventura. Él caminaba despacio, con ese paso suyo tan firme como sereno, mientras me hablaba bajito, con esa voz que uno aprende a querer desde niño. Me contaba historias de cuando era joven, de los tiempos duros, y entre cuento y cuento, lanzábamos piedrecitas al mar. Algunas saltaban más que otras, pero él siempre decía que cada piedra llevaba un deseo dentro. Me gustaba pensar que cada una caía en el mar con una promesa, como si el agua pudiera guardar secretos y cumplirlos en silencio. Y aunque era solo un juego, de esos que se inventan entre abuelos y nietos, en ese momento todo parecía tener sentido. Había algo mágico en su forma de regalarme el mundo con tan poco.
Ese día no hubo juguetes, ni comida especial, ni promesas de parque. Lo que tuvimos fue algo más profundo, su risa compartida conmigo, su mirada cómplice, y ese olor a salitre que, con solo cerrar los ojos, vuelve a mí como si estuviera allí otra vez. No sé si él lo recuerda igual, pero para mí, ese fue uno de los días más felices de mi infancia. Porque me hizo sentir querido sin decirlo, presente sin apuro e importante sin condiciones.»
Hoy te regalamos un post cargado de sueños, ya que quisimos invitar a nuestros lectores a soñar en honor a los padres cubanos. Realizamos una encuesta anónima y preguntamos cómo sería su “día ideal con papá”. Recibimos respuestas tan llenas de cariño, añoranza y sensibilidad, que no pudimos quedarnos con una sola. Hoy compartimos tres de estas respuestas, que aunque distintas, tienen en común ese amor cubano que no necesita adornos para sentirse grande.


La primera respuesta seleccionada nos llegó desde Las Vegas. Este lector compartió su historia con nostalgia y cariño, nos contó que su día ideal sería tan sencillo como entrañable, sentarse con su padre en la sala, con el televisor encendido y el partido del Real Madrid andando, donde cada gol se grita como si fuera la final de un campeonato. A su lado una bandeja con masitas de puerco recién fritas por la vieja, una cerveza bien fría en la mano y los pies en alto, sin apuro. Decía que su papá no era de hablar mucho, pero con el fútbol, su deporte favorito se transformaba y cuando ganaba su equipo hasta saltos de alegría daba como un muchacho pequeño. Cuando celebraban un gol al mismo tiempo, cuando se reían sin decir una palabra, ahí sentía el verdadero lazo entre ellos.
Lo que más valoraba de aquel sueño era la tranquilidad de estar con su papá, sin presiones ni el diario ajetreo del trabajo. Bastaba con el sonido del partido, las masitas de puerco crujientes y el tintineo del vaso sobre la mesa para saber que todo estaba en su lugar. Esa rutina sencilla, donde no hacía falta hacer nada extraordinario para sentirse en familia, era para él un regalo inmenso. .Aunque parezca una escena común, para él, ese momento juntos, papá, mamá y la rutina de siempre, sería el mejor regalo.
El siguiente sueño vino desde Holguín. Una lectora recordaba a su papá como un hombre de campo, sabio y sereno. Nos dice, que si pudiera tenerlo cerca de nuevo lo llevaría a Canasí, ese lugar donde el río y el mar se unen en un abrazo y los árboles parecen abrazarlo todo. Una mochila llena de sándwiches envueltos en papel encerado, un termo de café recién colado y una guitarra a la espalda, para que al caer el atardecer sonara algún bolero. Contó que su papá le enseñó a leer las estrellas desde niña en las excursiones que hacían, a caminar sin hacer ruido y a prender una fogata sin fósforos.
Para ella, el día perfecto sería estar los dos colgados en hamacas entre las palmas, sin el ruido de la ciudad y el teléfono apagado. Que la única urgencia fuera decidir quién contaba el próximo cuento junto al fuego, porque frente a esa lumbre, cada anécdota de su papá se volvía una lección disfrazada de historia. A pesar del tiempo, aseguró que ese tipo de días quedaron grabados en su piel y en la memoria, como si no terminaran nunca.
Desde Ciego de Ávila llegó el último sueño seleccionado, lo envió un lector que hoy vive en Chile, pero que guarda su infancia como un tesoro. Para él, un día feliz con su papá sería una mañana cualquiera en el garaje de su casa, con las manos llenas de grasa y la sensación de estar justo donde debía. Dijo que lo que más extraña no es solo el olor del aceite ni el ruido del motor, sino la manera en que su padre le enseñaba con calma, con firmeza y con una historia detrás de cada herramienta.
Recordó cómo se pasaban horas afinando la vieja moto, hablando de tornillos, pero también de la vida. A veces no decían nada, pero el silencio entre ellos lo decía todo. Si pudiera volver a tenerlo a su lado, haría todo exactamente igual, una jornada entre llaves y motores. Para al final, sentarse en la escalera del patio, con una malta fría en la mano, mirándolo con esa mezcla de respeto y cariño que no necesita explicaciones.
En cada uno de estos relatos se repite el deseo de estar junto a esos padres que marcaron una pauta en la vida de cada uno de nuestros lectores, agradecemos a todos las personas que nos respondieron y compartieron un pedacito de su corazón. Gracias por enseñarnos que no importa el lugar ni el plan; lo que realmente cuenta es que papá se sienta querido, visto y reconocido. Porque a veces, entre tantas responsabilidades, se nos olvida que también necesita ser apapachado.
Y tú, multicuban@, ¿Qué te ha parecido nuestro post? Cuéntame en los comentarios cuál sería ese día feliz con tu papá. Quizá tu historia inspire a otros a reconectar, a planear algo bonito o simplemente a llamar a su viejo y decirle: «Papi, gracias por tanto, te quiero».
5 Comentarios al Artículo:
Un día feliz con papá en Cuba
Mi día ideal con papá sería cazando jutias, como el me enseñaba de niño allá en Villa Clara
Para mí día preferido sería yendo a la playa, a hacer buceo buscando corales bajo el agua.
Disfrutaría de un día con papá viendo un buen partido de fútbol tomándonos unas cervecitas frías
Mi día ideal con papá es pintando y haciendo comics
Mi papá era arquitecto, me encantaría volver a pasar un día con el construyendo edificios con los bloques como cuando era niña
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